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martes, 23 de junio de 2009

Una botánica de la paz: visitación - Ana Luísa Amaral

Una botánica de la paz: visitación

[traducción ultrarrápida sin corregir]

Tengo una flor
de la que no sé el nombre

En el balcón,
en perfume común
de otros aromas:
hibisco, un rosal,
un brote de cedrón.

Pero esos son prodigios
para otra mañana:
es que esta flor
generó hojas de verde
asombro
minúsculas y leves

No la amenazan bombas
ni románticos vientos,
ni misiles, o tornados,
ni ella sabe, aunque esté cerca,
da la sal desplegada
que el mar trae

Y el cielo azul de Otoño
fingiendo Verano
es, para ella, bendición
como la poca agua
que le doy

Debe ser esto
una especie de paz:

un secreto botánico
de luz

Ana Luísa Amaral


http://www.lyrikline.org/index.php?id=162&L=2&author=aa09&show=Poems&poemId=5236&cHash=c479b2d9ea

UMA BOTÂNICA DA PAZ: VISITAÇÃO

Tenho uma flor
de que não sei o nome

Na varanda,
em perfume comum
de outros aromas:
hibisco, uma roseira,
um pé de lúcia-lima

Mas esses são prodígios
para outra manhã:
é que esta flor
gerou folhas de verde
assombramento,
minúsculas e leves

Não a ameaçam bombas
nem românticos ventos,
nem mísseis, ou tornados,
nem ela sabe, embora esteja perto,
do sal em desavesso
que o mar traz

E o céu azul de Outono
a fingir Verão
é, para ela, bênção,
como a pequena água
que lhe dou

Deve ser isto
uma espécie da paz:

um segredo botânico
de luz

sábado, 16 de mayo de 2009

Ensinamento - Enseñanza - Adélia Prado

Adélia Prado

Ensinamento

Minha mãe achava estudo
a coisa mais fina do mundo.
Não é.
A coisa mais fina do mundo é o sentimento.
Aquele dia de noite, o pai fazendo serão,
ela falou comigo:
"Coitado, até essa hora no serviço pesado".
Arrumou pão e café, deixou tacho no fogo com água quente,
não me falou em amor.
Essa palavra de luxo.


Enseñanza

[versión 1.1]

Mi mamá consideraba el estudio
la cosa más fina del mundo.
No es.
La cosa más fina del mundo es el sentimiento.
Aquel día de noche, papá estaba trabajando,
ella me dijo:
"Pobre, hasta esta hora en el servicio pesado".
Acomodó pan y café, dejó olla en el fuego con agua caliente,
no me habló de amor.
Esa palabra de lujo.

viernes, 8 de mayo de 2009

Historia de una letra (1.0)



Historia de una letra


Cecília Meireles

[versión 1.0]

Mucha gente me pregunta si dejé de escribir mi apellido con doble ele debido a la reforma ortográfica y, cuando estoy con pereza para explicar, digo que sí. Pero hoy tomo coraje, me abalanzo a confesar la verdad, que tal vez no interese sino a mis posibles herederos.

La verdad nunca es simple, como se imagina. Y, en primer lugar, debo decir que mi apellido simplificado sólo vale en la literatura. En los documentos oficiales prevalece la forma antigua y a mí me gusta tanto la tradición que no me importaba nada cargar con una épsilon, una th, todos los obstáculos posibles que arrugan y pliegan un idioma.

Por otro lado, las reformas ortográficas son siempre tan arrevesadas que ya perdí las esperanzas de estar algún día completamente en condiciones de escribir sin errores, descansando así del tipógrafo y del revisor, que son los grandes responsables por nuestras faltas y de nuestras glorias. No fue, por lo tanto, por afecto a las reformas que sacrifiqué una letra de mi nombre. La historia es más inverosímil.

Todos en la vida atravesamos ciertas crisis. Debería escribirse sobre la génesis, desarrollo, apogeo y fin de las crisis. Si una persona está sin empleo, lo natural es que se emplee. Si está enferma, lo natural es que muera o se cure. Pero el fenómeno de la crisis es importante precisamente por ser lo contrario de lo natural. De modo que si la persona está desempleada, no hay manera de que consiga empleo, y si está enferma, no hay manera de que se cure, etc…

Las crisis son muy varias. Hay crisis sentimentales, económicas, de inspiración, de talento, de prestigio –y el pueblo clasifica esa situación, que, en su sabiduría, ya observó, con el fácil nombre de mala suerte.

La mala suerte no es lógica. Esto es lo que la vuelve desesperante. La persona sale de casa, bien con su conciencia, con las facultades mentales en perfecto orden, los músculos, los nervios, todo bien gobernado, atraviesa la calle como un ciudadano correcto, observando el semáforo y, cuando llega al otro lado, lo golpea en la cabeza un ladrillo que un operario, inocente, dejó caer del séptimo piso de una construcción.

Naturalmente, todo el mundo ha reflexionado sobre las razones secretas de esas cosas inexplicables. Y fue así que, con el correr del tiempo, se llegó a la caracterización de un cierto número de hechos y objetos que sirven de preanuncio a la mala suerte: espejos rotos, relojes parados, sal caída en la mesa, zapatos dados vuelta, tijera abierta, gato negro, mariposas, viernes trece, mes de agosto, gente zurda y estrábica, vestido marrón, para sólo hablar de los principales.

Penetrando más en el estudio de todas esas supersticiones, personas entendidas han procurado explicarlas por las correlaciones existentes con las creencias del paganismo, estas a su vez basadas en el empirismo y en la ignorancia de nuestros antepasados, y así en adelante, lo que no impide que las personas todavía hoy se persignen, cuando bostezan, para que el Demonio no les obstaculice algún matrimonio, y no se acuesten con los pies hacia la calle, y no hagan muchas otras cosas, sólo por el miedo a las consecuencias ocultas.

Otras personas, igualmente entendidas, dan rumbo distinto a sus estudios, descubren el entrelazamiento de las causas y los efectos universales, llegan hasta afirmar que todo cuanto nos acontece en esta encarnación es fruto remoto de encarnaciones anteriores, y respetan lo que dice un proverbio oriental –que el simple rozar de la ropa de un transeúnte, en nuestra ropa, es indicio de alguna proximidad de vidas, en tiempos inmemoriales.

Y están los que siguen el camino de los astros y con una circunferencia, unas rectas, unos planetas, unos cálculos, dicen y predicen nuestros destinos, con todas sus inesperadas trayectorias.

Y están los que leen las líneas de las manos y cuentan nuestros viajes, nuestros padecimientos de hígado, lo que vamos a hacer de aquí a veinte años y el minuto en que empalidece nuestra estrella…

Está claro que creo en todo eso. Yo justamente creo en todo. Creo hasta en lo contrario de eso. Mi facultad de creer es ilimitada. No comprendo por qué las personas creen en unas cosas y en otras no. Todo es creíble. Principalmente lo increíble. No estoy haciendo una paradoja. La vida ya es por sí misma paradojal, a condición de que no sea vista apenas por la superficie.

Pues bien, una vez, todas las cosas comenzaron a correr contra mí. Haciendo la más profunda y leal introspección, estoy muy segura de que no merecía tanto. Si me ponía ropa blanca, llovía; si necesitaba ver la hora, el reloj estaba parado; muchas cosas pequeñas, así como otras mayores, ya con intervención humana, y que, por eso, no es necesario contar.

Entonces, considerando que tal concordancia de acontecimientos desagradables debía tener una razón secreta, me puse a buscarla.

Al contrario de lo que generalmente se hace, comencé por atribuir a mí misma la razón de mis males. Es cierto que todos tenemos muchos defectos. Pero nunca me di el lujo de tener tantos que justificasen la conspiración que había contra mí.

Admitida mi inocencia, pasé al examen de las circunstancias que por azar estuviesen bajo mi responsabilidad. Ni espejo partido ni vestido marrón ni gato negro ni número fatídico en la puerta.

Y así yendo de observación en observación, y consultando a algún conocido –y nuestros conocidos siempre saben esas cosas ocultas y si no nos ayudan con sus luces es por timidez y por no creerlo el momento propicio- pasé a analizar mi nombre.

Me olvidé de decir que estaba dispuesta a todos los despojamientos. Si la culpa fuese de algún mal sentimiento, de alguna acción malvada, yo me castigaría enérgicamente. E incluso para estimularme recordaba el ejemplo de aquella señora americana que se arrancó un ojo y se cortó la mano, convencida de que esos dos fragmentos de su cuerpo estaban dañando su alma.

Fue en esa ocasión que me explicaron el valor cabalístico de las letras y la razón por la que muchas personas cambian de nombre, reemplazando aquel que les fue dado por otro en que haya una combinación de valores más favorable a sus destinos.

Todos los conocimientos ejercen una profunda seducción. Quien consiguiese saber todo sería igual a Dios. Por eso es que muchos opinan que es mejor saber lo menos posible, para no tener la misma suerte de Eva, que luego del principio del mundo arruinó el Paraíso con el pecado del saber.

Digo esto porque un tratado de biología me atrae con la misma fuerza que un volumen de ciencias ocultas, y los números y las letras me parecen tan organizados, tan sensibles, tan vivos, tan poderosos, en fin, como un animal, una planta, un átomo.

Naturalmente, desmonté mi nombre, pieza por pieza, calculé, pesé, reflexioné, debo haber llegado a alguna conclusión que ya no recuerdo, y no tengo la impresión de que mis cálculos fuesen tan desfavorables. Pero, de un modo u otro, como había una letra disponible, creí mejor sacrificar esa letra.

Están los que sacrifican a los hijos, a los carneros, a las aves, y están los que sacrifican su corazón. Sacrifiqué el mío. Porque me gustaban todas mis letras, fervorosamente. Tener que cortar una no fue así cosa tan fácil como las reformas ortográficas ordenan. Una letra es un signo, es una cosa misteriosa que las generaciones vienen cargando consigo, modificando de tanto en tanto, por mano inexperta, por súbito olvido, por ignorancia de algún escriba prestado.

Me dio un trabajo muy grande quedarme sin esa letra. Cuando miraba mi nombre sin ella, sentía como si me faltase un pedazo, como si estuviese realmente mutilada, sin la mano o sin el ojo. Consolaba a la letra perdida. La escribía sola, de lado, le sonreía, le contaba cosas, para distraerla. Todo era muy infantil y muy triste. La pobrecita quedaba atrás y me daba saudade.

Recapitulando estas cosas, siento que me entristezco, y preciso recobrar mi fuerza de voluntad para no alterar otra vez el apellido.

Al final, como último trabajo convincente, establecimos este acuerdo. La letra no quedaría perdida: sería usada en los documentos oficiales, en esos lugares respetables en que la firma es la garantía de nuestra persona recibiendo y pagando los lugares que vemos que merecen la consagración y la estima unánimes de nuestros compañeros humanos.

En cuanto a las cosas literarias, esas efímeras cosas por las cuales vamos muriendo día a día, no son tan graves que precisen de la firma auténtica, de aquella firma por la que los jueces nos pueden preguntar un día, blandiendo un papel pavoroso y fulminante: “Confiesa, bandido, ¿fuiste tú quien firmó este documento?”. No, las cosas literarias no llegan a ese punto. Lo máximo que nos puede acontecer es que quiten el nombre que escribimos al final y lo substituyan por otro, sin juez, sin fulminación, sin defensa…

De este modo, la letra abandonada y yo nos abrazamos tiernamente y nos separamos. Como era una letra suave, habrá querido decir con su romanticismo: “Sólo quiero que seas menos infeliz. ¡Te acompañé durante tanto tiempo! Tuviste tanta dificultad en aprender a escribirme… Pensabas con inocencia en el misterio de las letras dobles… Sentías orgullo, en la escuela, por esa letra doble en el nombre… Pero tal vez ya esté pesando demasiado en tu vida. No te quedes triste. Adiós…”.

Me quedé muy triste. Me faltaba la letra. Ya no era como si me faltase un pedazo de mí, --sino un pariente, un amigo extraordinario.

Mi vida, entonces, cambió tanto que, por más saudade que me venga de esa letra perdida, no me animo a hacerla volver.

Y esta hecha la confesión. Como se ve, es una historia larga, que no se puede repetir a cada instante. Principalmente porque es una historia íntima y nadie debe cortar las letras de su nombre sólo por haber visto a otras personas hacerlo. Y queda explicado para siempre que firmo de este modo por motivos sobrenaturales, fantásticos, como quieran, pero no por la reforma ortográfica, además de ser muy cautelosa con los nombres propios, respetándolos tanto cuanto me parece que deben ser respetados, principalmente por los misterios que dentro de ellos van navegando.

miércoles, 1 de octubre de 2008

História de uma letra

Cecília Meireles


Muita gente me pergunta se deixei de escrever o meu sobrenome com letra dobrada devido à reforma ortográfica; e quando estou com preguiça de explicar, digo que sim. Mas hoje tomo coragem, abalanço-me a confessar a verdade, que talvez não interesse senão aos meus possíveis herdeiros.

A verdade nunca é simples, como se imagina. E em primeiro lugar, devo dizer que o meu sobrenome simplificado só vale na literatura. Nos documentos oficiais prevalece a forma antiga, e eu por mim gosto tanto da tradição que não me importava nada carregar um ípsilon, um th, todas as atrapalhações possíveis que enrugam e encarquilham um idioma.

Por outro lado, as reformas ortográficas são sempre tão arrevesadas que já perdi as esperanças de estar algum dia completamente em condições de escrever sem erros, descansando assim no tipógrafo e no revisor, que são os grandes responsáveis pelas nossas faltas e pelas nossas glórias. Não foi, portanto, por afeição às reformas que sacrifiquei uma letra do meu nome. A história é mais inverossímil.

Todos na vida atravessamos certas crises. Dever-se-ia mesmo escrever sobre a gênese, desenvolvimento, apogeu e fim das crises. Se uma pessoa está sem emprego, o natural é que se empregue. Se está doente, o natural é que morra ou se cure. Mas o fenômeno da crise é importante precisamente por ser o contrário do natural. De modo que se a pessoa está desempregada, não há maneira de arranjar emprego, e se está doente não há maneira de se curar, etc...

As crises são muito variadas. Há crises sentimentais, econômicas, de inspiração, de talento, de prestígio — e o povo classifica essa situação, que ele, em sua sabedoria, já observou, com o fácil nome de azar.

O azar não é lógico. Isso é que o torna desesperador. A pessoa sai de casa, bem com a sua consciência, com as faculdades mentais em perfeita ordem, os músculos, os nervos, tudo bem governado, atravessa a rua como um cidadão correto, observando o sinal, e quando chega do outro lado, apanha na cabeça um tijolo que um operário, inocente, deixou cair do sétimo andar de uma construção.

Naturalmente, todo o mundo tem refletido sobre as razões secretas dessas coisas inexplicáveis. E foi assim que, com o correr do tempo, se chegou à caracterização de um certo número de fatos e objetos que servem de prenúncio ao azar: espelhos quebrados, relógios parados, sal entornado na mesa, sapato emborcado, tesoura aberta, gato preto, mariposas, sexta-feira dia treze, mês de agosto, gente canhota e estrábica, vestido marrom, para só falar dos principais.

Penetrando mais no estudo de todas essas superstições, pessoas entendidas têm procurado explicá-las pelas correlações existentes com as crenças do paganismo, estas por sua vez baseadas no empirismo e na ignorância dos nossos antepassados, e assim por diante, o que não impede que as pessoas ainda hoje se benzam, quando bocejam, para que o Demônio não lhes entre pela boca; e não cruzem a mãos, quando se cumprimentam, para não atrapalharem algum matrimônio, e não se deitem com os pés para a rua, e não façam muitas outras coisas, só pelo medo das suas conseqüências ocultas.

Outras pessoas, igualmente entendidas, dão rumo diverso aos seus estudos, descobrem o entrelaçamento das causas e efeitos universais, chegam até a afirmar que tudo quanto nos acontece nesta encarnação é fruto remoto de encarnações anteriores, e respeitam o que diz um provérbio oriental — que o simples roçar da roupa de um passante, na nossa roupa, é indício de alguma proximidade de vidas, em tempos imemoriais.

E há os que seguem o caminho dos astros, e com uma circunferência, umas retas, uns planetas, uns cálculos, dizem e predizem os nossos destinos, com todas as suas inesperadas trajetórias.

E há os que lêem nas linhas das mãos, e contam as nossas viagens, os nossos padecimentos de fígado, o que vamos fazer daqui a vinte anos, e o minuto em que empalidece a nossa estrela...

Está claro que creio em tudo isso. Eu justamente creio em tudo. Creio até no contrário disso. A minha faculdade de crer é ilimitada. Não compreendendo por que as pessoas crêem numas coisas e noutras não. Tudo é crivei. Principalmente o incrível. Não estou fazendo paradoxo. A vida é que já é por si mesma paradoxal, desde que seja vista não apenas pela superfície.

Ora, uma vez, todas as coisas começaram a correr contra mim. Fazendo a mais profunda e leal introspecção, estou bem certa de que não merecia tanto. Se punha roupa branca, chovia; se precisava ver a hora, o relógio estava parado; muitas coisas pequenas, assim e outras maiores, já com intervenção humana, e que, por isso, não é necessário contar.

Então, considerando que tal concordância de acontecimentos desagradáveis devia ter uma razão secreta, pus-me a procurá-la.

Ao contrário do que geralmente se faz, comecei por atribuir a mim mesma a razão dos meus males. É certo que todos temos muitos defeitos. Mas nunca me dei ao luxo de ter tantos que justificassem a conspiração que se fazia contra mim.

Admitida a minha inocência, passei ao exame das circunstâncias que por acaso estivessem sob a minha responsabilidade. Nem espelho partido nem vestido marrom nem gato preto nem número fatídico na porta.

E assim descendo de observação em observação, e consultando algum conhecido — e os nossos conhecidos sempre sabem essas coisas ocultas e se não nos ajudam com as suas luzes é pela timidez em não acreditarem o momento propício — passei a analisar o meu nome.

Esqueci-me de dizer que estava disposta a todos os despojamentos. Se a culpa fosse de algum mau sentimento, de alguma ação malvada, eu me castigaria energicamente. E até para me estimular recordava o exemplo daquela senhora americana que arrancou um olho e cortou a mão, convencida de que esses dois fragmentos do seu corpo estavam estragando a sua alma.
Foi nessa ocasião que me explicaram o valor cabalístico das letras, e a razão por que muitas pessoas mudam de nome, trocando aquele que lhes foi dado por outro em que haja uma combinação de valores mais favorável aos seus destinos.

Todos os conhecimentos têm uma profunda sedução. Quem conseguisse saber tudo ficava igual a Deus. Por isso é que muitos são de opinião que se saiba o menos possível, para não se ter a mesma sorte de Eva, que logo no princípio do mundo estragou o Paraíso com o pecado do saber.

Digo isto porque um tratado de biologia me atrai com a mesma força que um volume de ciências ocultas, e os números e as letras me parecem tão organizados, tão sensíveis, tão vivos, tão poderosos, enfim, como um animal, uma planta, um átomo.

Naturalmente, desmontei o meu nome, peça por peça, calculei, pesei, refleti, devo ter chegado a alguma conclusão de que já não me lembro, e não tenho a impressão de que os meus cálculos fossem assim desfavoráveis. Mas pelo sim, pelo não, como havia uma letra disponível, achei melhor sacrificar essa letra.

Há os que sacrificam os filhos, os carneiros, as aves, e há os que sacrificam o seu coração. Sacrifiquei o meu. Porque eu gostava de todas as minhas letras, fervorosamente. Ter de cortar uma, não foi assim coisa tão fácil como as reformas ortográficas ordenam. Uma letra é um signo, é uma coisa misteriosa que as gerações vêm carregando consigo, modificando de longe em longe, por mão inexperiente, por súbito esquecimento, por ignorância de algum escriba emprestado.

Deu-me um trabalho muito grande, ficar sem essa letra. Quando olhava para o meu nome sem ela, sentia como se me faltasse um pedaço, como se estivesse realmente mutilada, sem a mão ousem o olho. Consolava a letra perdida. Escrevia-a sozinha, do lado, sorria-lhe, contava-lhe coisas, para distraí-la. Tudo era muito infantil e muito triste. A pobrezinha ficava para trás, e dava-me saudade. Recapitulando estas coisas, sinto-me entristecer, e preciso recobrar a minha força de vontade para não alterar outra vez o sobrenome.

Afinal, como último trabalho convincente, estabelecemos este acordo. A letra não ficaria perdida: seria usada nos documentos oficiais, nesses lugares respeitáveis em que a firma é a garantia da nossa pessoa recebendo e pagando os lugares que nos vemos que merecem a consagração e a estima unânimes dos nossos colegas humanos.

Quanto às coisas literárias, essas efêmeras coisas pelas quais vamos morrendo dia a dia, não são assim de tal modo graves que precisem da firma autêntica, daquela firma por que os juízes nos podem perguntar um dia, brandindo um papel pavoroso e fulminante: "Dize, bandido, foste tu que assinaste este documento?" Não, as coisas literárias não chegam a esse ponto. O mais que nos pode acontecer é tirarem o nome que escrevemos no fim e substituírem-no por outro, sem juiz, sem fulminação, sem defesa...

Isto posto, a letra abandonada e eu nos abraçamos ternamente, e nos separamos. Como era uma letra suave, terá querido dizer com o seu romantismo: "Quero apenas que sejas menos infeliz. Acompanhei-te durante tanto tempo! Tiveste tanta dificuldade em aprender a escrever-me... Pensavas com inocência no mistério das letras dobradas... Sentias orgulho, na escola, por essa letra dobrada no nome... Mas talvez eu esteja pesando demais na tua vida. Não fiques triste. Adeus."

Fiquei muito triste. Faltava-me a letra. Já não era como se me faltasse um pedaço de mim, — mas, um parente, um amigo extraordinário.

A minha vida, porém, mudou tanto que, por mais saudade que me venha dessa letra perdida, não me animo a fazê-la voltar.

E está feita a confissão. Como se vê, uma história longa, que não se pode repetir a cada instante. Principalmente porque é uma história íntima, e ninguém deve cortar as letras do seu nome só por ter visto outras pessoas fazê-lo. E fica explicado para sempre que assino deste modo por motivos sobrenaturais, fantásticos, como quiserem, mas não pela reforma ortográfica, aliás muito cautelosa com os nomes próprios, respeitando-os tanto quanto me parece deverem ser respeitados, principalmente pelos mistérios que dentro deles vão navegando.

(Rio de Janeiro, A MANHÃ, 27 de dezembro de 1944.)


Texto extraído do livro "Cecília Meireles — Obra em prosa — Volume 1", Editora Nova Fronteira — Rio de Janeiro, 1998, pág. 105.

http://www.releituras.com/cmeireles_letra.asp



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martes, 30 de septiembre de 2008

Elegia a uma pequena borboleta
Cecília Meireles

Como chegavas do casulo,
inacabada seda viva
tuas antenas - fios soltos
da trama de que eras tecida,
e teus olhos, dois grãos da noite
de onde o teu mistério surgia,

como caíste sobre o mundo
inábil, na manhã tão clara,
sem mãe, sem guia, sem conselho,
e rolavas por uma escada
como papel, penugem, poeira,
com mais sonho e silêncio que asas,

minha mão tosca te agarrou
com uma dura, inocente culpa,
e é cinza de lua teu corpo,
meus dedos tua sepultura.
Já desfeita e ainda palpitante,
expiras sem noção nenhuma.

Ó bordado do véu do dia,
transparente anêmona aérea!
Não leves meu rosto contigo:
leva o pranto que te celebra,
no olho precário em que te acabas,
meu remorso ajoelhado leva!

Choro a tua forma violada,
miraculosa, alva, divina,
criatura de pólen, de aragem,
diáfana pétala da vida!
Choro ter pesado em teu corpo
que no estame não pesaria.

Choro esta humana insuficiência:
a confusão dos nossos olhos,
o selvagem peso do gesto,
cegueira, ingnorância, remotos
isntintos súbitos, violências
que o sonho e a graça prostam mortos.

Pudesse a etéreos paraísos
ascender teu leve fantasma,
e meu coração penitente
ser a rosa desabrochada
para servir-te mel e aroma,
por toda a eternidade escrava!

E as lágrimas que por ti choro
fossem o orvalho desses campos,
os espelhos que refletissem
vôo e silêncio, os teus encantos,
com a ternura humilde e o remorso
dos meus desacertos humanos!

Declamado por Ruggero Quenttallonni:


Declamado por Cecília Meireles:



Elegía a una pequeña mariposa
Cecília Meireles

Cómo llegabas del capullo,
- ¡inacabada seda viva!-
tus antenas - hilos sueltos
de la trama que te tejía,
y tus ojos, dos granos de noche
de donde tu misterio surgía,

cómo caíste sobre el mundo
inhábil, en la mañana tan clara,
sin madre, sin guía, sin consejo,
y rodabas por una escalera
como papel, pelusa, polvo
con más sueño y silencio que alas,

mi mano tosca te agarró
con una dura, inocente culpa,
y es ceniza de luna tu cuerpo,
mis dedos, tu sepultura.
Ya deshecha y todavía palpitante,
expiras sin noción ninguna.

¡Oh bordado del velo del día,
transparente anémona aérea!
No lleves mi rostro contigo:
lleva el llanto que te celebra,
en el ojo precario en que te acabas,
¡mi remordimiento arrodillado lleva!

Lloro tu forma violada,
milagrosa, alba, divina,
criatura de polen, de brisa,
¡diáfano pétalo de la vida!
Lloro haber pesado en tu cuerpo
lo que en el estambre no pesaría.

Lloro esta humana insuficiencia:
la confusión de nuestros ojos,
el salvaje peso del gesto,
ceguera, ignorancia, remotos
instintos súbitos, violencias
que el sueño y la gracia postran muertos.

¡Pudiese a etéreos paraísos
ascender tu leve fantasma,
y mi corazón penitente
ser la rosa desplegada
para servirte miel y aroma
por toda la eternidad esclava!

¡Y las lágrimas que por ti lloro
fuesen el rocío de esos campos,
los espejos que reflejasen
vuelo y silencio, tus encantos,
con la ternura humilde y el remordimiento
de mis desaciertos humanos!



# 06/05/09 # Actualización: Los videos de YouTube ya no están disponibles, lamentávelmente.

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domingo, 21 de septiembre de 2008

Adélia Prado

Ensinamento

Minha mãe achava estudo
a coisa mais fina do mundo.
Não é.
A coisa mais fina do mundo é o sentimento.
Aquele dia de noite, o pai fazendo serão,
ela falou comigo:
"Coitado, até essa hora no serviço pesado".
Arrumou pão e café, deixou tacho no fogo com água quente,
não me falou em amor.
Essa palavra de luxo.


Enseñanza

Mi mamá creía que el estudio
era la cosa más fina del mundo.
No lo es.
La cosa más fina del mundo es el sentimiento.
Aquel día de noche, papá estaba trabajando,
ella me dijo:
"Pobre, hasta esta hora en el servicio pesado".
Acomodó pan y café, dejó la olla en el fuego con agua caliente,
no me habló de amor.
Esa palabra de lujo.


Janela

Janela, palavra linda.
Janela é o bater das asas da borboleta amarela.
Abre pra fora as duas folhas de madeira à-toa pintada,
janela jeca, de azul.
Eu pulo você pra dentro e pra fora, monto a cavalo em você,
meu pé esbarra no chão.
Janela sobre o mundo aberta, por onde vi
o casamento da Anita esperando neném, a mãe
do Pedro Cisterna urinando na chuva, por onde vi
meu bem chegar de bicicleta e dizer a meu pai:
minhas intenções com sua filha são as melhores possíveis.
Ô janela com tramela, brincadeira de ladrão,
clarabóia na minha alma,
olho no meu coração.


Ventana

Ventana, palabra linda.
Ventana es el batir de las alas de la mariposa amarilla.
Abre para afuera las dos hojas de madera sin razón pintada,
ventana tosca, de azul.
Yo te salto para adentro y para afuera, monto a caballo sobre ti,
mi pie frena en el suelo.
Ventana sobre el mundo abierta, por donde vi
el casamiento de Anita esperando un bebé, a la madre
de Pedro Cisterna orinando en la lluvia, por donde vi
a mi bien llegar en bicicleta y decirle a mi padre:
mis intenciones con su hija son las mejores posibles.
Oh ventana con traba, juego de ladrón,
claraboya en mi alma,
ojo en mi corazón.



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Valentine


Carol Ann Duffy


Not a red rose or a satin heart.

I give you an onion.
It is a moon wrapped in brown paper.
It promises light
like the careful undressing of love.

Here.
It will blind you with tears
like a lover.
It will make your reflection
a wobbling photo of grief.

I am trying to be truthful.

Not a cute card or kissogram.

I give you an onion.
Its fierce kiss will stay on your lips,
possessive and faithful
as we are,
for as long as we are.

Take it.
Its platinum loops shrink to a wedding ring,
if you like.
Lethal.
Its scent will cling to your fingers,
cling to your knife.

Mean time, Anvil books, 1993.
http://www.cs.rice.edu/~ssiyer/minstrels/poems/865.html


Valentín

Carol Ann Duffy

No una rosa roja o un corazón de satén.

Te doy una cebolla.
Es una luna envuelta en papel marrón.
Promete luz
como el cuidadoso desvestirse del amor.

Aquí.
Te cegará con lágrimas
como un amante.
Convertirá tu reflejo
en una temblorosa foto del dolor.

Estoy tratando de ser veraz.

No una simpática tarjeta o un kissograma.

Te doy una cebolla.
Su beso feroz permanecerá en tus labios,
posesivo y fiel,
como somos,
mientras lo seamos.

Tómala.
Sus bucles de platino se reducen a un anillo de bodas,
si quieres.
Letal.
Su esencia quedará en tus dedos,
Quedará en tu cuchillo.